miércoles, 15 de abril de 2015

Pensar sin hablar.

Hoy me apetece hablar. Me apetece hablar de ti, de mí, de lo que pudo y no fue, de lo que fui y no seré. Me apetece hablar -escribir– de lo que cambié. Cambié por dentro, por fuera, cambié por ti, pero también por mí.

Cambié porque no soy "la típica". Porque no soy como todas. No quería convertirme en lo que nunca quise; no quería ser tan imperfecta. Y sé que la perfección es inexistente, porque sé que dicha palabra es inmaterial. Y por eso me perdí.

No es que me hubiese alejado repentinamente de mí, es que me olvidé de todo lo que llevaba en el baúl. Exterioricé, reí, lloré, suspiré, agaché la cabeza y la levanté, por supuesto. 

Porque decidir mis sentimientos es un hecho que no puedo remediar. Pero sí que puedo evitar buscarte. Puedo controlar mis manos y mis dedos presionando las teclas, puedo decirles, mentalmente, que no escriban tu nombre en el buscador. Sé que puedo, que podía. Pero no quise. No quise alejarme, quería quedarme.

Y sé que siempre digo, o eso creo, que no me arrepiento de lo que hice, pero hay cosas de las que sí que me lamento. Me lamento de mi vulnerabilidad, de mi incredulidad, del sinsentido que a veces llevo en lo que se empeñan en llamar «mi mundo».

Aunque es cierto que de los errores se aprende. Creedme que es difícil desprenderse de una manía, de un simple tick de esos que nos hacen tiritar la pierna o rascarnos la nariz cuando estamos nerviosos. Imaginad si es difícil desprenderse de los sentimientos.

Pero sé que lo logré, sé que el corazón es más fuerte que la mente, y que el corazón, cuando es dañado, quiere aprender. El corazón aprende, corrige, enseña, siente... el corazón, mi corazón, late. Y no es por ti. Ya no.

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