jueves, 31 de octubre de 2013

Que tu sonrisa no dependa de nadie, ésa es la clave.

Todos (o casi todos) hemos sentido que nuestro estado de ánimo dependía de alguien. Hemos sentido que, si esa persona se siente triste, nuestro mundo se vuelve un poco más gris, aunque intentemos que sonría y de lo mejor de sí. También nos hemos derrumbado cuando nadie estaba ahí, cuando nosotros mismos hemos sido "la mano que nos saca a flote", y, aunque hayamos tocado fondo, hemos sabido cómo salir. Salir de las malas, permanecer en las buenas situaciones. ¿Difícil? Lo sé. ¿Imposible? Nadie lo sabe.

Mi consejo es:
Que tu sonrisa no dependa de nadie, solamente de ti mismo, ya que nadie más que tú va a conocer cómo te sientes siempre, y nadie va a estar constantemente preocupándose por ti.

martes, 1 de octubre de 2013

Escuchar música es emocionante, pero hacerla lo es aún más.

Ese momento en el que cojo mi guitarra, toco sus seis cuerdas con ambas manos, escucho los acordes resonando en la caja y empiezo a cantar. En ese momento sí soy yo.

Pensaréis que es extraño, pero siempre que estoy triste comienzo a tocarla. Es un acto reflejo, nunca lo hago porque asocio la tristeza con ella. Sé que estoy triste cuando cierro la puerta de mi habitación, cojo mi púa roja y empiezo a hacer música. 

Porque mi música, a veces, es lo único que me anima. Mis letras, un simple "Sol" arpeando, seguido de un precioso "Mi menor". En ese momento es cuando siento que sirvo para algo. Que sin mi música, no sería nadie. Sonrío al escuchar esos miles de perfectos acordes haciendo su eco en la caja, al sentir mis dedos endurecidos por tocar durante un largo tiempo. Y, aunque duela, es un dolor satisfactorio. Seguramente muchos de vosotros, quienes no sintáis amor por vuestra propia música, o simplemente no toquéis ningún instrumento, no me entendáis. Y es normal. Nunca se sabe lo que se siente hasta que no lo haces por ti mismo. Hasta que no lo experimentas a través de tu propia piel. 

El dolor de mis dedos es placentero, y jamás he dejado de tocar a mitad de una canción por ello. Porque lo primero es la música, que, como sabéis, me anima bastante. Para mí nunca fueron simplemente un par de guitarras lo que tenía en el rincón de mi habitación. Para mí siempre han sido máquinas de creatividad, capaces de levantar cien capilares por segundo al ritmo de una lenta canción de amor. Ese sentimiento no se cambia por nada en el mundo, porque es un sentimiento especialmente íntimo y personal, algo que no se puede compartir con cualquier persona.

Se puede tocar la guitarra delante de muchas personas, pero sólo a unas pocas se les puede dedicar una canción.