viernes, 4 de julio de 2014

Es distinto.

Es distinto, ¿sabéis?
No es lo mismo un "me gustas" que un "te quiero". No es lo mismo un "adiós" que un "hasta pronto". No es lo mismo una caricia que un abrazo. No es lo mismo llorar y después reír que llorar de la risa. No es lo mismo soñar que imaginar. No es lo mismo ir a la playa que veranear en la playa. No es lo mismo.

No es lo mismo estar callado que permanecer en silencio. No es lo mismo pensar en el mañana que organizar el futuro. No es lo mismo tener prisa que ir deprisa. No es lo mismo mirar de arriba a abajo que mirar de dentro a fuera. No es lo mismo querer que amar. No es lo mismo gustar que desear. No es lo mismo disfrutar que pasarlo bien. No es lo mismo tener que poseer. No es lo mismo hablar en voz alta que gritar. No es lo mismo mirar al cielo que observar las estrellas. No es lo mismo besar y que te besen, a besarse. No es lo mismo hablar en voz baja que susurrar. No es lo mismo vivir que sobrevivir, que sentirse vivo. No es lo mismo echar de menos que olvidar. No es lo mismo carecer que no tener. No es lo mismo distancia que kilómetros. No es lo mismo "siempre" que "eternamente". No es lo mismo "te quise" que "te he querido". Tampoco es lo mismo tocar que explorar. No es lo mismo una piedra en forma de corazón que un corazón de piedra.

La diferencia soy yo, que puedo darte más de lo mismo, pero distinto.

jueves, 3 de julio de 2014

Verano.

Recuerdo cuando te gustaba
que te mirase a los ojos
y con una breve sonrisa
dijese “te quiero”.

Tú siempre
sonreías
al escucharme a mí diciendo
esas tonterías
que a veces 
no necesitan ser respondidas.

Te gustaba el helado,
las caricias y los abrazos,
los apasionados besos de despedida
en aquel puerto de la playa,
cuando ya era demasiado tarde
y las olas eran mudas.

Sólo se nos escuchaba a nosotros
riendo por todo,
y en ocasiones por nada.

Nuestra frase no era la típica,
no era un “te quiero” y nos marchábamos;
nosotros nos alejábamos lentamente
aunque gritábamos,
y en la penumbra de la madrugada
nos abrazábamos,
nos quitábamos el frío
de las noches de verano.

Y, aunque llegase el invierno,
no había miedo por intentarlo.

Al despedirnos
siempre era
diferente.

Tú sonreías
y te marchabas de repente,
o seguías en la arena
varios minutos
soltando una de tus frases
que me hacían vibrar de alegría.

Nunca supe
si algún día
te cansarías de todo aquello.

Intenté que todo
continuara perfecto,
aunque sí le tuve miedo
a la llegada del invierno,
a tus viajes y tus vuelos,
a tus idas y paseos,
a que conocieses otra estación
que no fuese
un verano conmigo
en nuestro pequeño puerto.

Dolor, bonito o no, es dolor.

Nunca entendí la suave ironía del escribir bonito cuando se está triste. Es una enorme pena y un desaprovechar los pensamientos del día a día, que pueden llegar a ser verdaderamente brillantes.

El dolor es un sentimiento horrible. Cualquier dolor es evitado por todos. Muchas veces me gustaría ser inmune a las heridas, sobre todo las del corazón. Aunque quizá sin ese dolor no sería capaz de escribir (a veces). Quizá sentir dolor tenga su parte positiva, como los que crean cicatrices en su cuerpo para sentir dolor y aliviar la tristeza del corazón, dejando que fluya la sangre más allá de las venas resbalando por la piel, dejando caer pequeñas gotas de alivio. Algo así como diseccionar el corazón y dejar que salga todo; incluyendo lo bueno, lo esencial. Dejando que salgan todo tipo de sentimientos. Dolor que duele y alivia. Escribir sangrando. Sangrar para escribir. Sufrir para sentir.

Quizá, y tan sólo si fuese capaz de volver a reconstruir ese corazón para que quede como nuevo; quizá si el corazón, a pesar de no tener cerebro por si sólo, pudiera olvidar todo el dolor; abriría e inspeccionaría el mío para conocer con plena seguridad lo que siento, o lo que sentiré mañana. Pero es imposible saberlo. Somos seres impredecibles, cargados de cicatrices desde el momento en que nacemos, al ser separados de nuestra madre. Cicatrices incapaces de ser olvidadas, cicatrices que no paran de marcar nuestro pasado.

Muchas veces se culpa al corazón de no sentir lo que uno quiere, o de sentir lo que alguna vez pensamos que era evitable. El corazón a veces sangra para que le demostremos que no hizo lo correcto. En ocasiones es un castigo que la mente le hace al corazón.

Escribir lo feo para crear belleza y difuminar lo bonito para crear un par de estrofas. Es así que el dolor y el desamor son preciosos de recitar.