jueves, 3 de julio de 2014

Dolor, bonito o no, es dolor.

Nunca entendí la suave ironía del escribir bonito cuando se está triste. Es una enorme pena y un desaprovechar los pensamientos del día a día, que pueden llegar a ser verdaderamente brillantes.

El dolor es un sentimiento horrible. Cualquier dolor es evitado por todos. Muchas veces me gustaría ser inmune a las heridas, sobre todo las del corazón. Aunque quizá sin ese dolor no sería capaz de escribir (a veces). Quizá sentir dolor tenga su parte positiva, como los que crean cicatrices en su cuerpo para sentir dolor y aliviar la tristeza del corazón, dejando que fluya la sangre más allá de las venas resbalando por la piel, dejando caer pequeñas gotas de alivio. Algo así como diseccionar el corazón y dejar que salga todo; incluyendo lo bueno, lo esencial. Dejando que salgan todo tipo de sentimientos. Dolor que duele y alivia. Escribir sangrando. Sangrar para escribir. Sufrir para sentir.

Quizá, y tan sólo si fuese capaz de volver a reconstruir ese corazón para que quede como nuevo; quizá si el corazón, a pesar de no tener cerebro por si sólo, pudiera olvidar todo el dolor; abriría e inspeccionaría el mío para conocer con plena seguridad lo que siento, o lo que sentiré mañana. Pero es imposible saberlo. Somos seres impredecibles, cargados de cicatrices desde el momento en que nacemos, al ser separados de nuestra madre. Cicatrices incapaces de ser olvidadas, cicatrices que no paran de marcar nuestro pasado.

Muchas veces se culpa al corazón de no sentir lo que uno quiere, o de sentir lo que alguna vez pensamos que era evitable. El corazón a veces sangra para que le demostremos que no hizo lo correcto. En ocasiones es un castigo que la mente le hace al corazón.

Escribir lo feo para crear belleza y difuminar lo bonito para crear un par de estrofas. Es así que el dolor y el desamor son preciosos de recitar.

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