lunes, 6 de octubre de 2014

Ella.

Ella. Tan preciosa como meticulosa. Su mundo era desordenado, pero una vez que lo observabas, aprendías que es cierto que existe un orden dentro del desorden. Sus libros no eran los mejores, de eso no cabía duda, pero eran inteligentes, como ella. Cada uno de ellos guardaba dentro de sí una rebuscada metáfora, una moraleja que le ayudaba a crecer en la vida. Ella no era perfecta, ni mucho menos. Ella simplemente se dedicaba a ser, pues eso, ella misma. No quería un amor de película, aunque sí de libro. No buscaba con obsesión. Sólo se dedicaba a esperar, ya que, como ella decía, “el amor no es algo que se busca, sino algo que encuentras sin haberlo buscado”. Sabía que todos aquellos hombres que se habían cruzado en su vida no habían sido más que un breve pasatiempo en su historia. Ellos no querían de ella más de lo que ella buscaba en ellos: diversión. Es por esto que quizá ella no fue nunca perfecta. A veces escondía los sentimientos bajo su larga melena, allá por los recovecos inalcanzables del cerebro, y pretendía que todo estuviese bien, o al menos nadie sospechase lo contrario.

Ella a menudo se agobiaba. Entonces recogía su pelo en un moño aparentemente abultado, pero que al cabo de los segundos iba desprendiendo cabellos que cubrían su pálido y dulce rostro. En ocasiones se los colocaba tras sus pequeñas orejas, y continuaba con lo que estaba haciendo. Cuando escribía también recogía su cabello en un recogido similar, pero no era igual al moño apresurado de sus repentinos agobios cuando algo no le salía bien, o no sabía cómo resolver una situación. Ella era un poco de las que se preocupan demasiado por todo. Cualquier situación fuera de lo común, aun siendo algo bueno, era llevada al extremo por ella, hasta considerarla un problema. Su vida era algo así como normal, aunque ella era diferente. De repente te decía que te quería, y en un par de días no sabía qué era lo que realmente sentía. Quizá sus cacaos mentales no eran más que fruto de su enorme preocupación por lo que decía, o por lo que los demás le decían a ella.

A pesar de sus imperfecciones, era una chica normal. Nadie la consideraba más que ellos, y nadie la consideró alguna vez demasiado importante. Cuando su figura cobraba un poco de protagonismo, rápidamente surgían miradas asesinas de envidia, mezclada con odio. Por eso nunca le gustó llamar la atención, y mucho menos la gente que lo hacía. Para ella, pasar desapercibida y ser humilde eran pilares en los que se basaba su forma de ser. No es que esto fuera bueno, y tampoco malo. Pero a ella le gustaba ser así.