jueves, 3 de julio de 2014

Verano.

Recuerdo cuando te gustaba
que te mirase a los ojos
y con una breve sonrisa
dijese “te quiero”.

Tú siempre
sonreías
al escucharme a mí diciendo
esas tonterías
que a veces 
no necesitan ser respondidas.

Te gustaba el helado,
las caricias y los abrazos,
los apasionados besos de despedida
en aquel puerto de la playa,
cuando ya era demasiado tarde
y las olas eran mudas.

Sólo se nos escuchaba a nosotros
riendo por todo,
y en ocasiones por nada.

Nuestra frase no era la típica,
no era un “te quiero” y nos marchábamos;
nosotros nos alejábamos lentamente
aunque gritábamos,
y en la penumbra de la madrugada
nos abrazábamos,
nos quitábamos el frío
de las noches de verano.

Y, aunque llegase el invierno,
no había miedo por intentarlo.

Al despedirnos
siempre era
diferente.

Tú sonreías
y te marchabas de repente,
o seguías en la arena
varios minutos
soltando una de tus frases
que me hacían vibrar de alegría.

Nunca supe
si algún día
te cansarías de todo aquello.

Intenté que todo
continuara perfecto,
aunque sí le tuve miedo
a la llegada del invierno,
a tus viajes y tus vuelos,
a tus idas y paseos,
a que conocieses otra estación
que no fuese
un verano conmigo
en nuestro pequeño puerto.

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