Como dije tiempo atrás, siempre existe una experiencia en
nuestras vidas que nos hace madurar y crecer como personas.
Por mucho que este error nos duela, aprendemos poco a poco a
superarlo, y a cambiar nuestro antiguo ‘yo’. Ese estúpido e imbécil ‘yo’, ese
que nos hizo sufrir tanto, hacer que confiásemos en quien no debíamos, querer a quien no nos
valoraba y dañar a quien nos necesitaba. Ese ‘yo’ tan sumamente ignorante que
nos alejó de las personas correctas y nos acercó al vacío interior.
Por muy difícil que parezca de creer, el destino existe.
Está en las decisiones más importantes de nuestras vidas. Nos pone a
prueba. Y tarde o temprano nos lleva al lugar en el que debemos
estar. Muchos no creeréis en el destino, al igual que yo no creo en las
casualidades, pero muchas situaciones (y no situaciones estúpidas) me han hecho
confiar en que hay algo, en que existe algo que nos guía.
Sé que no es fácil comenzar algo nuevo, algo diferente a lo
que estamos acostumbrados. Pero el destino está ahí para movernos. Para que no
nos escaqueemos. Cualquier camino que escojamos nos va a llevar al mismo final,
porque es lo que el destino quiere.
‘¿El destino quiere que sufra?’ ¿Quién sabe?, el destino nos
pone a prueba, y nosotros sufrimos, en parte, porque ‘queremos’. Como dicen,
“el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Siempre pienso que el
dolor nos hace ser fuertes, madurar, aprender, cambiar, percatarnos de las
cosas… Aunque quizá me equivoque, pero es mi forma de pensar.
En unos meses, he aprendido a ser fuerte, a
valorarme y a mantener la cabeza en alto. Sé que soy peor que muchas personas,
pero también sé que soy mejor que otras cuantas más. Y, aunque digan que creyendo en el
destino soy una persona conformista, porque acepto los problemas que me vienen, o que nunca podré demostrar que eso
existe, seguiré pensando que lo que me pasa no es porque lo merezco, sino
porque gracias a todo esto seré mejor persona de lo que puedan llegar a
imaginar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario